La primera: visitar el Museo Nacional, para acabar de poner rasgos a este particular recorrido por la historia, que me ha ofrecido este país. Estoy de acuerdo con Fernando Cohnen que afirma que “sí los países milenarios reclamaran sus tesoros arqueológicos a Occidente, las salas de los grandes museos europeos y estadounidenses podrían quedar semivacías en cuestión de pocos años”. Y aunque seguramente, en este museo no están todas las piezas que deberían estar, hay muchas,… y muchas que por sí mismas ya justificarían la visita al museo.
La segunda: despedirme de Koko y de paso comprar un poco mas de música.
La tercera: sacar una foto panorámica de Damasco. Esta era la más difícil de conseguir, así que le eché cara. Me dirigí al edificio más alto de la ciudad, no sé como convencí al portero que a su vez convenció a una de las oficinas del último piso, para que me dejaran subir a hacer unas fotos. Se trataba de una notaria, y aunque un poco sorprendidos, me dejaron hacer a mis anchas…otra cosa es el resultado.
La bitácora de viaje a llegado a su fin, pero esta página seguirá siendo (espero que no por mucho tiempo) la penúltima...
“Casta de asesinos:
Siria nos muestra lo que hubieran sido Túnez y Egipto en caso de que hubieran culminado las sucesiones dinásticas que preparaban sus respectivos dictadores. Pero Gadafi, que tampoco podrá pasar el testigo a uno de sus hijos, ha hecho en Libia lo que los viejos Ben Ali y Mubarak no pudieron o se atrevieron a hacer y en lo que el joven Assad muestra ser un consumado maestro: utilizar el ejército contra su propio pueblo. Tampoco puede el yemení Saleh, caracoleando con sus astucias de viejo zorro para intentar salvar los muebles, pero sin capacidad para utilizar al ejército contra los manifestantes. El dictador sirio, salido de una sucesión consolidada y formado en Londres, en cambio, no tiene el menor rebozo en mandar a los tanques, a los franco tiradores y a los sicarios de paisano para que ahoguen en sangre la revuelta de unos ciudadanos que salen a la calle armados únicamente con el estruendo de su voz y los gestos de sus manos desnudas.
La clave del desenlace de estas revueltas no es exactamente la actitud del ejército, sino algo más complejo. Primero hace falta que exista un ejército nacional para que se plantee el problema. No lo hay en Libia, donde al final Gadafi debe confiar en mercenarios y su guardia personal. Sí lo había, aunque pequeño y sin gran aprecio por el dictador, en Túnez. Ha sido clave en Egipto, donde Mubarak era su jefe, pero los militares han preferido derrocarle antes que disparar contra el pueblo, que al final son los suyos. En Siria, en cambio, dominado totalmente por el clan alauita, el ejército es propiedad del dictador y su familia y no tiene problemas en disparar contra el pueblo. Ya lo hizo el padre del dictador actual, Hafed el-Asad, sentando el precedente y marcando además el camino.
La fortaleza de Bachar el-Asad radica precisamente en su debilidad y en su aislamiento. Lo contrario cabría decir de Mubarak y Ben Ali: fueron su pétrea fortaleza, su seguridad, sus alianzas, sus amigos, la enorme confianza en que todo estaba funcionando sin problemas, las cosas que les convirtieron en vulnerables. Los regímenes amigos de occidente, al final, han mostrado tener menos capacidad para resistir a las demandas de sus ciudadanos con el argumento único y supremo de la fuerza bruta.
Quien ha sido designado como parte del Eje del Mal, como es el caso de Siria, ha estado en otras ocasiones en el punto de mira y nada puede esperar de europeos y americanos, tiene también menos a perder y se siente más invulnerable cuando se decide por la violencia contra los manifestantes. Todavía juega, para colmo y tal como hicieron todos los otros en su momento, con el miedo a que sean los Hermanos Musulmanes quienes tomen el poder si cae su régimen.
La línea roja que Asad ha traspasado difícilmente le puede acarrear una reacción internacional como la que suscitó Gadafi. Un ataque militar extranjero, de hecho, se convertiría en un aglutinante para todo el extremismo de la región y suscitaría una airada reacción de Irán, por lo que de alguna forma le podría servir incluso para mantenerse en el poder, al igual que lo hizo Sadam después de la primera guerra del Golfo. No sería bien visto por Turquía y quizás ni siquiera por el régimen instalado por Washington en Iraq. Rusia y China dudosamente prestarían sus votos en el Consejo de Seguridad.
Pero que no se pueda intervenir militarmente para defender a la población siria, ni declarar una zona de exclusión aérea, no quiere decir que no se pueda hacer nada. Hora es ya de que la Unión Europa y Estados Unidos lancen una ofensiva diplomática para imponer con la máxima urgencia un durísimo régimen de sanciones económicas y diplomáticos sobre un régimen que se ha hecho merecedor del mismo trato que se le está dando a Gadafi. Ya que de momento no hay forma de interponerse entre los asesinos y las víctimas, es imprescindible que Asad y sus partidarios perciban con gran claridad que van a pagar un altísimo precio por los crímenes que están cometiendo contra la población.
De presion internacional en pro del pueblo sirio A protester has his fingers painted with the Syrian flag flashes a victory sign during a pro-democracy demonstration after Friday prayers in Istanbul, Turkey. http://english.aljazeera.net/indepth/interactive/2011/05/201151715579938544.html
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