SABADO 6/10/2007: Hoy andamos todos bastante más despiertos e Ismail un poquito más hablador, pero ahí está Valentín tan parco en palabras, que muy pronto nos recuerda que el silencio no ha dejado de ser una parte muy importante de nuestras jornadas…
Hace ya una hora que vamos en camino hacia las ruinas bizantinas de Qars ibn Wardan y los poblados de las Casas Colmena, el paisaje ha cambiado radicalmente, volviéndose a medida que avanzamos hacia el Este cada vez más árido y pedregoso, hasta convertirse en una meseta desértica de tonos rojizos y dorados con reminiscencias bíblicas…(no sé muy bien cómo explicarlo, tal vez sea la luz, pero al recorrer este paisaje desierto, tengo la sensación de estar pisando algo vivido en los pasajes de la Biblia leídos y releídos, aunque nunca vistos).
Desde las ventanillas del taxi, vemos un poblado con algunas casas colmena, Ismail nos informa, que hay otro más grande un poco más adelante, y nos pregunta si queremos parar o lo hacemos a la vuelta de la visita a Qars ibn Wardan. Decidimos hacer una primera parada, el paisaje lo merece, y es hora de estirar un poco las piernas y dar cuenta disimuladamente (mas que para no ofender, no tentar) de las provisiones con que nos hicimos anoche (pastelitos y frutos secos), y el té del escueto desayuno del “Cairo”, que esta mañana hemos guardado en la cantimplora de Valentín.
Nada más bajar, ha aparecido un tropel de niños que desde las casa más alejadas del poblado, corren hacia nosotros…Sura! Sura! Sura! (foto, foto, foto) gritan alborotados; son una de esas imágenes que se te quedan clavadas en el baúl de los recuerdos, brillante e inquietante al mismo tiempo.
Valentín y yo nos sentimos desbordados, los “clics” de nuestras cámaras no dejan de sonar a pocos metros uno de otro… Risas, poses y diez estuches de rotuladores de colores que han volado literalmente de mis manos, pero que generosamente y por pura iniciativa se han repartido entre todos.
Por fin se calman las aguas, y desde lo lejos Ismail nos llama para que vallamos a visitar el interior de una de las pocas casas colmena que quedan en el poblado. Sus habitantes ya no las usan, se han hecho construcciones nuevas de ladrillo y uralita, y desde entonces esas tradicionales construcciones cónicas hechas de ladrillos de barro, también adaptadas al medio, han quedado relegadas a simples graneros; con excepción de dos o tres que han dejado acondicionadas, para enseñárselas a nosotros los turistas. Obviamente entramos en una de esas los tres, no sin antes quitarnos los zapatos; dentro sé está muy fresquito, pues sus gruesas paredes y la ausencia de ventanas hacen con que mantenga su temperatura tanto en verano como en invierno. Esta además parece bastante grande, consta de dos habitaciones separadas por un amplio arco, como si fueran dos casas añadidas.
Nos sentamos en el suelo, de lo que parece la sala, sobre unas descoloridas alfombras, en espera a que nos ofrezcan algo (no se tal vez quieran intentar vendernos alguna alfombra), pero los minutos pasan y nada sucede; no nos ofrecen ni siquiera un té, tampoco tratan de vendernos nada, me imagino que debido al Ramadán (pues los árabes son los mejores anfitriones del mundo) …Junto a la puerta permanecen una mujer y una chica (una adolescente de ojos verde oliva y expresión traviesa, que me tiene fascinada), supongo que son madre e hija.
La situación es bastante surrealista, y para romperla Valentín y yo, a través de Ismail (que nos traduce) hacemos alguna que otra pueril consulta (tipo ¿cuántos habitantes hay en el poblado? ¿en qué consiste su principal medio de subsistencia?. iEn los largos intervalos entre pregunta y pregunta, yo pienso que Gertrude Bell tenía razón cuando aseguraba que las casas colmena “no se parecen a ningún otro pueblo, excepto aquellos que aparecen en las lustraciones de libros de viajes sobre África central” (hoy hablaríamos de documentales o fotografías)…
Tal vez no se asemejasen tanto; pero supongo que Gertrude Bell se referia a algunas construcciones tradicionales que se pueden ver en Costa de Marfil, Camerún, Nigeria, Togo, etc., etc. En fin todos venimos de África, me cuestiono ¿a qué época se remonta el origen de estas construcciones? Y naturalmente nadie me lo sabe contestar.
De nuevo un tropel de niños, que irrumpe en el patio, dan fin a ese baladí intervalo de tiempo…Son sobre todo las niñas las que se muestran insaciables a la hora de reclamar una foto, entre risas y algún que otro grito de júbilo posan con desparpajo ante la cámara, hasta que ya por fin agotados, Valentín y yo damos por finalizada nuestra visita a las Casas Colmena.
El trayecto hasta nuestra nueva parada es, o se me hace muy corto, y a cada kilometro mas y mas desértico en una carretera que parece llevar a ninguna parte…Y allí en medio de la nada aparecen unas coloridas ruinas, que rompen la monotonía del inmenso paisaje yermo. Pero tras subir un pequeño vado, descubro que justo en frente (unos 500 metros más arriba), junto a la carretera hay un pequeño poblado de construcciones recientes…,que si les vuelves la espalda no enturbian ese primer efecto mágico que tienes al avistar la fortaleza.
Qars ibn Wardan no parece un puesto militar fronterizo, con su palacio y su iglesia, se parece más a una construcción publica propia de un entorno urbano, así que uno sigue preguntándose ¿qué hacen estas edificaciones en medio de este paisaje desierto?…como diría “Obelix” estos bizantinos están locos!.
Sin embargo ni las guerras, ni el tiempo han conseguido acabar del todo con estas curiosas construcciones de anchas franjas de basalto negro y ladrillo amarillo.
Parcialmente se mantiene en pie el palacio, que se supone fue la casa del gobernador; las caballerizas al fondo del patio de armas; unos pequeños baños; algunas galerías y la iglesia.
Como en todas las visitas que he hecho hasta ahora, con excepción de Valentín, Ismail y el vigilante que cobra la entrada, no hay ni un alma en todo el recinto.
Hemos regresado a Hama, y como la excursión ha sido más cortita que la de ayer, da tiempo para una siesta antes de irme a cenar con Valentín, hoy homenaje…Él vuelve a Damasco para empaquetar todas sus cosas, y después a Berlín, su estancia en Siria después de un año, en el que ha cursado árabe en el Instituto Goethe en Damasco ha concluido. Según me cuenta ha aprendido a amar y a odiar a este país, como evidentemente no podría ser de otra manera, y como no podría ser de otra manera, desea volver. Así que esta noche banquete, para celebrar un encuentro fortuito pero grato en todos los sentidos, bueno tampoco tan fortuito, al fin y al cabo hemos estado compartiendo viaje y emociones pictóricas durante dos días.